lunes, 11 de octubre de 2010

MI ÚLTIMO DÍA EN EL ZOO


El gorila me miraba, a los ojos. Nunca nadie me miró de aquella manera a los ojos.
Su gesto era más de ira que de angustia. Era tan expresivo que los pelos se me tornaron como escarpias y no pude más que sentirme culpable.
Le tenía a menos de un metro y fuí consciente de que ninguno de los dos debíamos estar allí.
Mientras aquellos minutos me atravesaban la retina hasta grabarse a fuego en lo más profundo del cerebro, labrando junto con otras experiencias lo que sería mi futura vida, otros niños paseaban entre nosotros sin ser conscientes de todo lo que allí estaba suceciendo...
Un momento tan duro, tan simple y tan decisivo... Uno de los niños le miró y empezó a golpear el cristal que nos separaba intentando llamar su atención. Otros le imitaron hasta que todo el pasillo se volvió eco de todo aquel alboroto.
Angustia, sufrimiento, esclavitud, tristeza profunda... sentía lo que él y empecé a gritar, esperando que se callasen, que lo dejasen tranquilo y a su vez él lebantó sus enormes brazos y empezó a golpear el mismo cristal hasta que todos sentimos su mismo temor y los dos gritamos al unisono, cada uno en su idioma, para que parase todo aquello.
Los niños cesaron el ruido y conmocionados comenzaron a reir.
Yo comencé a llorar...

Tenía 12 años cuando comprendí que el zoo era una carcel de inocentes

1 comentario:

Skailish dijo...

ufff--qué fuerte! muy buen escrito