Andrés es mi hermano pequeño. De vez en cuando me sorprende con sus anécdotas que siempre corre a contarme cuando llego a casa, nadie suele escucharle porque todos son de la opinión de que un niño pequeño nunca dice nada importante. Yo suelo hacerlo, porque aunque hayan pasado 14 años, aún recuerdo cuando tenía su edad y recuerdo mi frustración al comprobar que a nadie le interesaba lo que les decía porque simplemente era una niña.
Habían terminado las vacaciones y después de más de un mes sin vernos al abrir la puerta de casa corrimos uno en busca del otro... Yo, como siempre, le estrujé y le di mil besos que recibe con su inamovible sonrisa, porque Andrés tiene la sonrisa tatuada en la cara. Le insistí en que me contase todo lo que había hecho en sus vacaciones y antes de relatarme sus aventuras con los primos me contó el día en que se negó a comerse un pollo.
Mi tía abuela tiene en su parcela un corralito lleno de gallinas que siempre merodean por el campo y un gallo que tiende a atacar a mi madre en cuanto la ve entrar por la puerta. Esos animales que parecen tan felices campando a sus anchas tienen los días contados. Porque como ya comenté que quiere hacer mi padre, el día en que a ellos les apetece cenar pollo no tienen más que coger un cuchillo afilado y salir al patio. Mi tía ya está muy mayor y necesita un cuidado constante del que se encarga mi abuela y por lo tanto de este tipo de sanguinarias tareas también. Dio la casualidad de que un día mis dos primos de 14 y 4 años y mi hermano de 9 estaban también a su único cuidado y había una cena prevista a base de esas criaturitas con las que horas antes andaban los tres niños... Mi abuelo consideró que el asesinato no era una bonita imagen para aquellos chiquillos inocentes, pero como chiquillos que son, consiguieron zafarse de la censura impuesta y corrieron a ver, más por curiosidad que por morbo, como mi abuela reducía al pobre animal y con sus propias manos le partió el cuello. Mi hermano me escenificó con exageradas muecas todo lo que estaba pasando, hasta el punto de agarrarse del cuello y ponerse colorado por la presión que ejercían sus manos y la urgencia de sus palabras... Después de haber visto como el animal luchaba por su vida y la manera brutal con la que se le arrebató los tres niños no fueron capaces de cenar lo que había previsto para aquella noche, se negaron.
Y es que ¿cómo no aprender de las palabras de un niño que aún conserva esa sensibilidad que por desgracia muchos perdemos con la edad? No dicen nada de que las gallinas han estado en semi-libertad antes de morir, solo que ella quería vivir y no la dejaron. No hablan de que se ha hecho desde siempre, solo ven que no es algo bueno. No dicen que luego estuvo bien rica la cena, porque no fueron capaces de probarla. Y a mi hermano cuando le dicen en el colegio que hay que comer de todo porque si no te pones enfermo siempre contesta "Mi hermana es vegetariana y no está enferma". Sinceramente... un niño de 9 años responde con más inteligencia que la mayoría de todos los adultos sabelotodo que veo cada fin de semana en frente del Mc Donnals de Gran Vía.
Y es que a los niños no se les debería llevar a la granja escuela en el colegio si no a una granja intensiva y en vez de hacer la ruta guiada a Panrico propongo una del mismo calibre por un matadero... Así ven la realidad que hay tras el consumo de carne y por lo tanto podrán, de una manera objetiva, actuar en consecuencia.
Habían terminado las vacaciones y después de más de un mes sin vernos al abrir la puerta de casa corrimos uno en busca del otro... Yo, como siempre, le estrujé y le di mil besos que recibe con su inamovible sonrisa, porque Andrés tiene la sonrisa tatuada en la cara. Le insistí en que me contase todo lo que había hecho en sus vacaciones y antes de relatarme sus aventuras con los primos me contó el día en que se negó a comerse un pollo.
Mi tía abuela tiene en su parcela un corralito lleno de gallinas que siempre merodean por el campo y un gallo que tiende a atacar a mi madre en cuanto la ve entrar por la puerta. Esos animales que parecen tan felices campando a sus anchas tienen los días contados. Porque como ya comenté que quiere hacer mi padre, el día en que a ellos les apetece cenar pollo no tienen más que coger un cuchillo afilado y salir al patio. Mi tía ya está muy mayor y necesita un cuidado constante del que se encarga mi abuela y por lo tanto de este tipo de sanguinarias tareas también. Dio la casualidad de que un día mis dos primos de 14 y 4 años y mi hermano de 9 estaban también a su único cuidado y había una cena prevista a base de esas criaturitas con las que horas antes andaban los tres niños... Mi abuelo consideró que el asesinato no era una bonita imagen para aquellos chiquillos inocentes, pero como chiquillos que son, consiguieron zafarse de la censura impuesta y corrieron a ver, más por curiosidad que por morbo, como mi abuela reducía al pobre animal y con sus propias manos le partió el cuello. Mi hermano me escenificó con exageradas muecas todo lo que estaba pasando, hasta el punto de agarrarse del cuello y ponerse colorado por la presión que ejercían sus manos y la urgencia de sus palabras... Después de haber visto como el animal luchaba por su vida y la manera brutal con la que se le arrebató los tres niños no fueron capaces de cenar lo que había previsto para aquella noche, se negaron.
Y es que ¿cómo no aprender de las palabras de un niño que aún conserva esa sensibilidad que por desgracia muchos perdemos con la edad? No dicen nada de que las gallinas han estado en semi-libertad antes de morir, solo que ella quería vivir y no la dejaron. No hablan de que se ha hecho desde siempre, solo ven que no es algo bueno. No dicen que luego estuvo bien rica la cena, porque no fueron capaces de probarla. Y a mi hermano cuando le dicen en el colegio que hay que comer de todo porque si no te pones enfermo siempre contesta "Mi hermana es vegetariana y no está enferma". Sinceramente... un niño de 9 años responde con más inteligencia que la mayoría de todos los adultos sabelotodo que veo cada fin de semana en frente del Mc Donnals de Gran Vía.
Y es que a los niños no se les debería llevar a la granja escuela en el colegio si no a una granja intensiva y en vez de hacer la ruta guiada a Panrico propongo una del mismo calibre por un matadero... Así ven la realidad que hay tras el consumo de carne y por lo tanto podrán, de una manera objetiva, actuar en consecuencia.